Nací hace treinta y dos años en L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona), y aunque actualmente vivo en Castelldefels con mi hija y mi marido, mi vida está estrechamente ligada a Bellvitge, un barrio de esta localidad conocido por sus numerosos bloques de hormigón, parecidos a fichas de dominó. Allí viví hasta hace un par de años, y crecí feliz con mis dos hermanas y una multitud de niños de nuestra edad con los que compartimos juegos, ropa, libros... Quizá por la monotonía de ese paisaje gris, el contraste del verde de mis veranos en Regumiel de la Sierra me marcó de un modo especial y me ha inspirado en mi primera novela.
Aunque casi llego a olvidarlo, siempre quise escribir e idear historias. De pequeña me inventaba las letras de las canciones, recitaba poesías de dudosa rima y escribía cuentos para que mis hermanas los ilustraran. Cuando mis padres recibían la visita de familiares o amigos, me subía a una silla y les soltaba todo mi repertorio, con una voz desafinada y demasiado ronca para mi edad. A los siete años gané un concurso literario en el colegio y me hizo tanta ilusión que decidí que de mayor sería escritora. Una sucesión de trabajos y situaciones grises hizo que, de adulta, olvidara mi sueño de contar historias. Y no fue hasta que conocí a Francesc (escritor y colaborador de la editorial en la que trabajo) que me contagió su entusiasmo por escribir y me animé a hacerlo; primero con cuentos y relatos cortos y finalmente con esta novela.
Negada para las matemáticas y las ciencias, a los diecisiete años me inscribí en la facultad de periodismo. Sin embargo, no fue hasta años después de licenciarme y compaginar distintos empleos ocasionales (de camarera, teleoperadora o redactora free lance...) que conseguí mi primer trabajo en un importante grupo de comunicación. Actualmente trabajo como editora en un sello de libros prácticos y he publicado bajo seudónimo varias obras de autoayuda.
Mi primera novela romántica me llegó a través de mi amiga Ángeles. Era una novela de cien páginas de Jazmín. No recuerdo el título ni la autora, pero el argumento y los personajes me cautivaron tanto que fantaseé con la idea de escribir algún día una historia de ese tipo. Un año después, llegaron a mis manos Cumbres borrascosas y Una rosa en invierno, dos novelas muy distintas pero que me apasionaron por igual y me engancharon durante años a este género.
Se dieron varias circunstancias que me impulsaron a escribir esta historia romántica. Hace un año, en una comida de trabajo, me senté al lado de una ilustradora que acababa de entregar el encargo de unas acuarelas de flores y empezamos a hablar sobre el amor y las relaciones de pareja. Esa misma tarde, paseando por mi barrio vi un ramo flotando sobre un charco y empecé a idear la historia.
Una semana después mi amigo Francesc me preguntó sobre mis propósitos para el año nuevo y le dije convencida: “Escribir una novela”. Estaba embarazada de cuatro meses cuando plasmé la primera línea en el papel y aunque la lógica imponía un descanso después de mi jornada laboral en la editorial, cuando llegaba a casa no podía parar de escribir. Mi hija Martina, desde mi interior, me daba la fuerza que necesitaba para cumplir mi sueño. Mis dos hermanas acabaron de impulsarme leyendo animadas, por entregas, las aventuras de mis personajes.