“Lo que es sublime no lleva a los oyentes a la persuasión sino a un estado de éxtasis; un discurso imponente, con el hechizo que arroja sobre nosotros, siempre prevalece sobre aquel que busca persuasión y gratificación. Usualmente podemos controlar nuestras creencias, pero la influencia de lo sublime trae consigo un poder y una fuerza irresistibles, imposibles de soportar, que reinan con dominio supremo sobre cada oyente…”