“La gente viola con sus sueños: viola la intimidad, viola el lenguaje con el que se expresa, viola esa imagen como mejor le parece. Cuántas veces he tenido sexo con gente en sueños y al día siguiente no me he atrevido ni a saludarla, pensando que en el “buenos días” se notará las “buenas noches que hemos pasado”. Quizá el mundo iría mejor si contásemos nuestros sueños eróticos a los que han sido protagonistas de ellos”
“El sueño de la noche no nos pertenece. No es nuestra propiedad. Para nosotros es un raptor, el más desconcertante de los raptores: nos arrebata nuestro ser. Las noches no tienen historia. No se ligan unas a otras. Y cuando se ha vivido mucho, cuando ya se han vivido unas veinte mil noches, nunca sabemos en qué noche antigua, muy antigua, hemos partido hacia el sueño. La noche no tiene futuro. Sin duda, hay noches menos negras en las que nuestro ser del días vive aún bastante como para negociar con sus recuerdos.”
“Porque puedo tener sólo dieciocho años, pero ya parece bastante obvio que el mundo se divide en dos grupos: los que actúan y los que observan. La gente a la que le suceden las cosas y el resto de nosotros, que sólo medio perseveran con las cosas. Las Lulu y las Allyson.”
“Y esta es la verdad. Porque puedo tener solo dieciocho años, pero ya parece bastante obvio que el mundo se divide en dos grupos: los que actúan y los que observan. La gente a la que le suceden las cosas y el resto de nosotros, que solo medio perseveran con las cosas.”
“Una persona sin sueños es alguien tan pequeño... Tan pequeño, tan inútil... Da pena ver a una persona que sólo tiene lo cotidiano, la realidad de lo cotidiano. Es como un árbol sin hojas. Hay que poner hojas en los árboles. Pegarles un montón de hojas para que se conviertan en árboles altos y hermosos. Y si por casualidad hay hojas que caen, se añaden otras. Más y más, sin desanimarse... Las almas respiran en el sueño. La grandeza del hombre se cuela en el sueño. Hoy ya no respiramos, nos ahogamos. Hemos suprimido los sueños, como hemos suprimido el alma y el Cielo...”
“Recordar lo que para mí han sido los primero libros me exige olvidar desde el principio todo lo que sé de libros. Ciertamente toda mi actual sabiduría se basa en la disposición con la que ya entonces me enfrentaba al libro. Pero así como en el día de hoy tema y contenido, objeto y materia, se enfrentan al libro como algo exterior, entonces se encontraba todo fundido en él, no era algo independiente de él. El mundo abierto en el libro y el libro mismo no podían separarse bajo ningún concepto: formaban un todo perfecto. De esta forma, junto al libro, también podían cogerse con la mano su contenido, su mundo, como si tuvieran asas. Y este mundo, el contenido, glorificaban a su vez al libro en todas sus partes: palpitando en él, iluminado desde él. Y no sólo anidaban en la portada o en los grabados. Su casa estaba también en los títulos de los capítulos, en las letras especiales con que empezaban, en los puntos y aparte, en las columnas, etc. Los libros no se leían sin más, no; se vivían, se moraba entre sus líneas...”