“¡En esta vida no la supe amar!Dame otra vida para reparar,¡oh Dios! mis omisiones,para amarla con tantos corazonescomo tuve en mis cuerpos anteriores,para colmar de flores, de risas y de gloria sus instantes;para cuajar su pecho de diamantesy en la red de sus labios dejar presoslos enjambres de besosque no le di en las horas ya perdidas...Si es cierto que vivimos muchas vidasConforme a la creencia teosófica, Señor, otra existenciade limosna te pido para quererla más que la he querido,paran que en ella nuestras alamas seantan una, que las gentes que nos veanen éxtasis perenne ir hacia Dios,digan: ¡Como se quieren esos dos!A la vez que nosotros murmuramoscon un instinto lúcido y profundo (mientras que nos besamos como locos): ¡Quizás ya nos amamoscon este mismo amor en otro mundo!”
“Supongo que nos dan más morbo las cosas malas, las imágenes de violencia. Nos hacen sentir seguros en nuestras casas y cómodos en nuestras vidas, o nos hunden en la miseria y nos reafirman en nuestra creencia de que el mundo es una mierda.”
“Y por primera vez en mi vida, la salida fue la de la fe . Esta fe llegaba del saber profundo de que yo disponía de la suficiente fuerza y del coraje como para poder sufrir sola esta agonía y la certeza de que nunca se nos da más de lo que podemos aguantar. De pronto comprendí que sólo tenía que cesar en mi lucha, transformar mi resistencia en sumisión y decir sencillamente "si".”
“Creo que la vida del hombre está marcada por tres edades: la primera es la edad del impulso, en la que todo lo que nos mueve y nos importa no necesita justificación, antes bien nos sentimos atraídos hacia todo aquello -una mujer, una profesión, un lugar donde vivir- gracias a una intuición impulsiva que nunca compara; todo es tan obvio que vale por sí mismo y lo único que cuenta es la capacidad para alcanzarlo. En la segunda edad aquello que elegimos en la primera, normalmente se ha gastado, ya no vale por sí mismo y necesita una justificación que el hombre razonable concede gustoso, con ayuda de su razón, claro está; es la madurez, es el momento en que, para salir airoso de las comparaciones y de las contradictorias posibilidades que le ofrece todo lo que contempla, el hombre lleva a cabo ese esfuerzo intelectual gracias al cual una trayectoria elegida por el instinto es justificada a posteriori por la reflexión. En la tercera edad no sólo se han gastado e invalidado los móviles que eligió en la primera sino también las razones con que se apuntaló su conducta en la segunda. Es la enajenación, el repudio de todo lo que ha sido su vida para la cual ya no encuentra motivación ni disculpa. Para poder vivir tranquilo hay que negarse a entrar en esa tercera etapa; por muy forzado que parezca, debe hacer un esfuerzo con su voluntad para permanecer en la segunda; porque otra cosa es la deriva.”
“Y lo peor era que mi cara se había transformado en otra completamente distinta, en la comisura de mis labios se abría paso una cierta desvergüenza de tanto beber y besar en las fiestas, mis ojos parecían lánguidos de permanecer despierto sin tener en cuenta la hora o de caer inconsciente por la bebida, en mi mirada había petulancia vulgar como la de esos estúpidos satisfechos de sus vidas, del mundo y de sí mismos, pero yo sabía que estaba contento con mi nueva situación, así que me callé.”
“Llega un momento de la vida en que de la gente que uno ha conocido son más los muertos que vivos. Y la mente se niega a aceptar otras fisonomías, otras expresiones: en todas las caras nuevas que encuentra, imprime los viejos moldes, para cada una encuentra una máscara que se le adapta mejor.”