“Adelante, adelante, al galope, por los caminos llenos de baches, por la verde hierba y los arbustos, por los charcos de plata, por la arena dorada y húmeda, por los alados helechos. El gamo asustado desaparece en el bosque, brilla al saltar la linterna blanquinegra de sus ancas. Se desprenden los pájaros de los árboles: los coloreados arrendajos y abejarucos, las chillonas y oscuras urracas de graciosas colas. El agua de los charcos y las grietas estalla en lluvia bajo los cascos del caballo.¡Adelante, aún más adelante! El caballo, que había pateado indolente demasiado tiempo detrás del carro, lleva una carrera alegre, rápida, feliz, trota ligero, los músculos se mueven en los muslos, el flequillo húmedo deja caer gotas sobre la cara. El caballo estira el cuello, Ciri le da cuerda. ¡Adelante, caballito, no sientas el bocado ni el freno, adelante, al galope, al galope, deprisa, deprisa! ¡Primavera!”
“Por entonces había muchas serpientes en la aldea. Desde el bosque atravesaban el río hasta los campos, de los campos pasaban a los huertos, de los huertos a los patios y de los patios a las casas. Allí se ovillaban de día tras las escaleras, y de noche se bebían la leche fría de los cubos.Las mujeres llevaban consigo a sus hijos pequeños cuando salían a trabajar al patio o al huerto. Los metían en canastas de mimbre, entre mantas, y dejaban las canastas a la sombra de los árboles. Arrancaban manojos de hierba de los bancales con raíz y terrón incluidos. Tomaban aliento, volvían a escardar y sudaban.Ella vivía a la orilla del pueblo. Aquel día estaba en el huerto y había dejado al niño en la canasta de mimbre, bajo el árbol. Junto a la canasta había una botella de leche. Estaba escardando la hierba del bancal de patatas. Olía a sudor. De pronto miró hacia el sol, puso a un lado el azadón y se dirigió al árbol.La mirada se le vació, la ropa se le pegó a la piel. Se quedó paralizada. Levantó bruscamente al niño, sollozó y gritó, y mientras se tambaleaba sobre la hierba, la serpiente salió de la canasta arrastrándose lenta y perezosa por el suelo, y la mujer encaneció en cuestión de segundos.En el huerto se quedaron el azadón y la canasta de mimbre bajo el árbol. La serpiente se había bebido la leche de la botella.El pelo le quedó blanco a la mujer y la gente del pueblo tuvo por fin la prueba de que era una bruja.”
“En el mismo comienzo del Génesis está escrito que Dios creó al hombre para confiarle el dominio sobre los pájaros, los peces y los animales. Claro que el Génesis fue escrito por un hombre y no por un caballo. No hay seguridad alguna de que Dios haya confiado efectivamente al hombre el dominio de otros seres. Más bien parece que el hombre inventó a Dios para convertir en sagrado el dominio sobre la vaca y el caballo, que había usurpado.”
“El romance hablaba de cierto brujo y cierta poetisa. De cómo el brujo y la poetisa se conocieron a la orilla del mar, entre los chillidos de las gaviotas; cómo se enamoraron desde el primer momento. De cuán hermoso y fuerte era su amor. De que nada, ni siquiera la muerte, sería capaz de destruir aquel amor ni de separarlos. Jaskier sabía que pocas personas creerían la historia que contaba el romance, pero no se preocupó por ello. Sabía que los romances no se escriben para que se crea en ellos, sino para emocionar. Algunos años después, Jaskier podría haber cambiado el contenido del romance, haber escrito sobre lo que sucedió en realidad. No lo hizo. La verdadera historia no hubiera emocionado a nadie. ¿Quién querría escuchar que el brujo y Ojazos se separaron y no se volvieron a ver nunca más, ni una sola vez? ¿Que cuatro años más tarde Ojazos murió de viruela durante una epidemia que asoló Wyzima? ¿Que él, Jaskier, la sacó en sus brazos de entre los cadáveres quemados en las hogueras y la enterró lejos de la ciudad, en el bosque, sola y tranquila, y junto con ella, tal y como había pedido, dos cosas: su laúd y su perla celeste? Una perla de la que nunca se separó.”
“Muchos de entre los que viven merecen morir y algunos de los que mueren merecen la vida. ¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.”
“Entonces le dijo la profetisa al brujo: «Este consejo te doy: ponte botas de yerro, toma en la mano un bastón de yerro. Ve con tus botas de yerro hasta el fin del mundo y por el camino agita el bastón y riega todo con lágrimas. Ve a través de la agua y el fuego, no te detengas ni mires a tu alredor. Y cuando las almadreñas se te desgasten, cuando el bastón de yerro se deshaga, cuando el viento y el calor te sequen los ojos de tal forma que de ellos ni una lágrima acierte a escapar, entonces, en el fin del mundo, hallarás lo que buscas y lo que amas. Pudiera ser». Y el brujo cruzó la agua y el fuego, sin mirar a su alredor. Pero no se puso botas de yerro ni tomó bastón. Sólo llevó su espada de brujo. No escuchó las palabras de la profetisa. Y bien que hizo, porque era una mala profetisa.”
“El catálogo desintegra el bloque, enumera los elementos sin clasificarlos, los vuelve a semantizar dentro de la datación específica, dentro de los peculiares mensajes ahogados por el clasicismo de los "órdenes" y en las secuencias proporcionales. Las invariantes sucesivas corroboran el catálogo destruyendo los tabúes de la simetria, de los trazados geométricos, de los planteamientos de la perspectiva, descomponiendo el volumen en planchas, liberando los ángulos en el plano estructural, temporalizando el espacio; sin embargo, al proceder de este modo, estimulan a una reintegración de los elementos catalogados. La misma planta libre constituye una etapa en el camino reintegrador porque postula la máxima comunicación y fluencia entre los ambientes, unificándolos.”