“Al pasar cogió un puñado de cerezas de un plato y Wolf se hizo a un lado para dejarla salir. Tocaban la noche con todo su cuerpo.”
“A un lado estaban los jugadores, sentados en butacas de cuero; al otro lado, gente de pie, hombres o mujeres según los gustos, desnudos y atados. Sandre y Berzingue llevaban ya sus cerbatanas de sangrita con sus iniciales grabadas, y Lazuli cogió dos de una bandeja, una para Wolf y otra para él, y una caja de agujas. Sandre se sentó, se llevó la cerbatana a la boca y sopló. Al otro extremo, frente a él, había una niña de quince o dieciséis años. La aguja se clavó en la carne de su pecho izquierdo, y se formó una gran gota de sangre que fue descendiendo a lo largo del cuerpo.”
“Entre mi colchoneta y la tabla de la cama, había encontrado, en efecto, un viejo pedazo de periódico casi pegado a la tela, amarillento y transparente. Relataba un suceso cuyo comienzo faltaba, pero que debía haber acontecido en Checoslovaquia. Un hombre había salido de una aldea checa para hacer fortuna. Al cabo de veinticinco años, había regresado, rico, con una mujer y un niño. Su madre regentaba un hotel con su hermana en la aldea natal. Para darles una sorpresa, dejó a su mujer y a su hijo en otro alojamiento y fue al hotel de su madre, que no lo reconoció cuando entró. Por broma, tomó una habitación. Había dejado ver su dinero. Durante la noche, su madre y su hermana lo asesinaron a martillazos para robarle y arrojaron su cuerpo al río. Por la mañana vino la mujer y reveló sin darse cuenta la identidad del viajero. La madre se ahorcó. La hermana se arrojó a un pozo. Debí de leer esta historia miles de veces. Por una parte, era inverosímil. Por otra, era natural. Me parecía, de todos modos, que el viajero lo había merecido un poco y que nunca se debe jugar.”
“La última vez que vi al Hombre de las Cetonias fue un atardecer, estando yo sentado en un altillo que dominaba el camino. Venía evidentemente de alguna fiesta y había tragado cantidad de vino, pues hacía eses de lado a lado del camino, tocando con la flauta una tonada melancólica. Grité un saludo, y sin volverse me hizo una seña estrafalaria. Al doblar el recodo se silueteó un instante sobre el pálido color lavanda de la tarde. Vi su sombrero andrajoso con las plumas al viento, los abultados bolsillos de su abrigo, las jaulas de mimbre llenas de soñolientas palomas a su espalda, y sobre la cabeza, dando vueltas y más vueltas a lo tonto, los puntitos minúsculos de las cetonias. Torció entonces la esquina y no quedó sino el cielo pálido con una luna nueva suspendida como una pluma de plata y el blando gorjeo de su flauta perdiéndose en el crepúsculo lejano.”
“¿Que se ha hecho de la tierra que nos habia sido dada para crecer y creer y ser libres como un juego?. La que veíamos y nos devolvia el poder de mirarla, que nos hacía señas al otro lado de la noche y la tristeza." - La Canción de Nosotros.”
“Lejos, en la llanura, en la noche sin orilla, podían ver como en un reflejo de su propio fuego en un lago oscuro el fuego de los vaqueros a unos ocho kilómetros. Por la noche llovió y la lluvia silbó en el fuego y los caballos se acercaron desde la oscuridad con sus ojos rojos parpadeando inquietos y por la mañana hacía frío y todo era gris y el sol tardó mucho en salir.”