“Una vez busqué en un diccionario el término "hipocondríaco" y lesaqué una copia.-No sé si lo sabías, pero tu biografía viene en el Diccionario de la RealAcademia le anuncié.Echó un vistazo a la fotocopia y me lanzó una mirada de alcayata.-Prueba a buscar en la "i" de idiota y verás que no soy el únicofamoso replicó JF.”

Carlos Ruiz Zafon

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“Mi mejor amigo en el internado era un chaval de ojos penetrantes y temperamento nervioso que insistia responder a las siglas JF (...) Era de constitución débil y bastaba con mencionar la palavra microbio en un radio de 1km a la redonda para que él creyese que había pillado una infección. Una vez busqué en un diccionario el término hipocondríaco y le saqué una copia.-No sé si lo sabías, pero tu biografía viene en el diccionario de la Real Academia - le anuncié.Echó un vistazo a la fotocopia y me lanzó una mirada de alcayata.-Prueba a buscar en la "i" de idiota y verás que no soy el único famoso - replicó JF”


“La televisión es el Anticristo y le digo yo que bastarán tres o cuatro generaciones para que la gente ya no sepa ni tirarse pedos por su cuenta y el ser humano vuelva a la caverna, a la barbarie medieval, y a estados de imbecilidad que ya superó la babosa allá por el pleistoceno. Este mundo no se morirá de una bomba atómica como dicen en los diarios, se morirá de risa, de banalidad, haciendo un chiste de todo, y además un chiste malo.”


“Incluso ella comprendía que no bastaba con aquello, que cada minuto que Penélope y Julián pasaban juntos les unía más. Hace tiempo que el aya había aprendido a reconocer en sus miradas el desafío y la arrogancia del deseo: una voluntad ciega de ser descubiertos, de que su secreto fuera un escándalo a voces y ya no tuvieran que ocultarse en rincones y desvanes para amarse a tientas. A veces, cuando Jacinta acudía a arropar a Penélope, la muchacha se deshacía en lagrimas y le confesaba sus deseos de huir con Julián, de tomar el primer tren y escapar a donde nadie les conociese.”


“Recorrí pasillos y galerías en espiral pobladas por cientos, miles de tomos que parecían saber más acerca de mí que yo de ellos. Al poco, me asaltó la idea de que tras la cubierta de cada uno de aquellos libros se abría un universo infinito por explorar y de que, más allá de aquellos muros, el mundo dejaba pasar la vida en tardes de fútbol y seriales de radio, satisfecho con ver hasta allí donde alcanza su ombligo y poco más. Quizá fue aquel pensamiento, quizá el azar o su pariente de gala, el destino, pero en aquel mismo instante supe que ya había elegido el libro que iba a adoptar. O quizá debiera decir el libro que me iba a adoptar a mí. Se asomaba tímidamente en el extremo de una estantería, encuadernado en piel de color vino y susurrando su título en letras doradas que ardían a la luz que destilaba la cúpula desde lo alto. Me acerqué hasta él y acaricié las palabras con la yema de los dedos, leyendo en silencio.La Sombra del VientoJULIÁN CARAX.”


“Uno de los primeros recursos propios del escritor profesional que Isabella había aprendido de mí era el arte y la práctica de procrastinar. Todo veterano del oficio sabe que cualquier ocupación, desde afilar el lápiz hasta catalogar musarañas, tiene prioridad al acto de sentarse a la mesa y exprimir el cerebro. Isabella había absorbido por ósmosis esta lección fundamental y al llegar a casa, en vez de encontrarla en su escritorio, la sorprendí en la cocina afinando los últimos toques a una cena que olía y lucía como si su elaboración hubiera sido cuestión de varias horas.”


“Aquella tarde de brumas y llovizna, Clara Barceló me robó el corazón, la respiración y el sueño. Al amparo de la luz embrujada del Ateneo, sus manos escribieron en mi piel una maldición que habría de perseguirme durante anhos”