“—¿Qué ocurre? ¿Es que te da miedo que pierda el control? Deja que te hable del control, esposa mía. He pensado mucho en él durante estos últimos meses, ¿y sabes a qué conclusión he llegado? A que es una ilusión. Durante toda mi vida me he enorgullecido de tener el control. Ha sido lo único constante durante mi precaria existencia. Me ocurriera lo que me ocurriera, yo tenía la capacidad de ejercer el dominio sobre mí mismo. Reprimía las visiones porque podía hacerlo. Era lo único que tenía. Yo abrí la boca, pero él no me permitió decir nada y continuó hablando con la voz tensa de emoción. —Lo único que tenía era el control, y ahora lo estoy perdiendo, ¿lo entiendes? El día de nuestra boda prometí que te protegería, y después te prometí, como un idiota, que te dejaría participar en mi trabajo. Pensaba que podría hacerlo, que podría controlar el miedo que siento por ti, el terror que siento por si te ocurre algo, pero no puedo. No puedo dominarlo del mismo modo que no puedo dominar lo que me ocurre cuando llegan las visiones. Me he pasado toda la vida manteniendo a raya estas emociones, y ahora resulta que la lógica y el control, mis únicos amigos en este mundo, me han abandonado. Construí mi vida y mi carrera profesional basándome en ellos, y me han dejado cuando más los necesitaba.”