“—Luego, tal vez tú y yo podríamos ir dando un paseo hasta esa cafetería de allí y tomarnos algo.—No eres mi tipo.Maldita fuera. A veces pasaba. En fin, ¿qué podía hacer una chica en esos casos?—De acuerdo, ¿vas a dejarnos pasar?—Me gustan más… verdes.—Por-fa-vor. —Saqué mi último billete de veinte—. Ahora sí que me has dejado tiesa.Me lo arrancó de los dedos y abrió la puerta.”

Darynda Jones

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“Luego clavó su mirada ardiente en mí y ladeó la cabeza con interés—. Holandesa. —Me ofreció una última mirada, una mirada llena de promesas y deseo, antes de retroceder y cerrar la puerta.Nos quedamos las tres allí de pie, con la mandíbula por los suelos. La tía Lil fue la primera en recuperarse. Me dio un leve codazo y dijo con un cacareo alegre:—Chicas, creo que deberíais hacer más pastelitos de chocolate de esos, porque ese muchacho parece hambriento.”


“Observé el salpicadero de Misery. Estar con ella me reconfortaba un poco, pero notanto como mi sofá. Y en ese momento me di cuenta. Me di cuenta de una atrocidad quehabía pasado por alto durante años. Nunca le había puesto nombre a mi sofá. ¿Cómo habíasido capaz de hacerle eso? ¿Cómo había sido tan insensible? ¿Tan fría y egoísta?¿Y qué nombre le pondría? Era un asunto importante. Muy importante. El muebleno podía ir por la vida con un nombre que no encajara con su personalidad.Abrumada por la extraña sensación de alivio que me proporcionaba tener un nuevoobjetivo en la vida, volví a poner a Misery en marcha. Ya me preocuparía más tarde por lode ser una gallina clueca. Ahora debía encontrar un nombre para mi sofá.”


“¿Estás enamorada de él?—¿De quién? —pregunté, perdida en el ardor del éxtasis que se acumulaba entremis piernas.—Del tío del psiquiátrico.—¿De Donovan? —pregunté sin aliento.—Si lo estás, tienes que alejarme de ti. —Enterró los dedos en mi cabello y me echóla cabeza hacia atrás, sobre su hombro, con una determinación implacable—. Tendrás quehacerlo. Todavía soy lo bastante fuerte para dejarte. —Gimió cuando deslicé la mano sobresu erección una vez más. Me sujetó la muñeca y volvió a mirarme a los ojos con unaexpresión de advertencia—. No yaceré contigo si amas a otro.”


“Harper se acercó a mí con un propósito en la mirada, y con un último vistazo hacia Art, cruzó. No vi el dolor y el miedo que había sufrido durante todos esos años. No la viaterrorizada, y tampoco vi la pesadilla que había sido su estancia en el hospital psiquiátrico.Lo que vi fue cómo su padre la cogía y se la subía a los hombros mientras ella le señalabala ruta a seguir a través de los árboles que había en la parte trasera de la propiedad. Vi a su perro, un golden retriever llamado Sport, que le lamió los dedos hasta que ella no pudo soportar las cosquillas. Y vi el primer beso que le dio Art. Ella estaba en el instituto, viendo uno de los partidos de baloncesto en los que él participaba. Art se había lesionado y estaba en el vestuario. Harper corrió a ver cómo estaba. Estuvo a punto de desmayarse al ver el enorme bulto del brazo que tenía sujeto al costado, donde el hueso casi atravesaba la piel.Art se había tapado los ojos con el otro brazo para ocultar su angustia. Harper se acercó y, antes de que se diera cuenta de lo que ocurría, él le rodeó la cabeza con la mano y tiró de ella hasta que sus labios se unieron.Y luego cruzó.Ese toque romántico, la agonía del amor perdido, fue mi perdición.”


“¿Estás segura?—Absolutamalditamente.Confirmado. Estaba como un cencerro.Se volvió en redondo, enfadado, con ese gruñido gutural que solía provocarme un placentero estremecimiento a lo largo de la columna vertebral.—Eres la persona más tozuda…—¡¿Yo?! —exclamé, incrédula—. Que ¿yo soy tozuda?Ya lo creo. Lo mejor era encerrarme y tirar la llave.De pronto, se plantó delante de mí.—Como una mula.—¿Porque no quiero que te suicides? ¿Por eso soy tozuda?Bajó la cabeza hasta detenerla a escasos centímetros de la mía, aunque no le veía el rostro.—Absolutamalditamente.¡Plagiador! Apreté los dientes.”


“Durante toda mi vida, he tenido la impresión de que podía convertirme en una persona distinta. De que, yéndome a otro lugar y empezando una nueva vida, iba a convertirme en otro hombre. He repetido una vez tras otra la misma operación. Para mí representaba, en un sentido, madurar y, en otro sentido, reinventarme a mí mismo. De algún modo, convirtiéndome en otra persona quería liberarme de algo implícito en el yo que había sido hasta entonces. Lo buscaba de verdad, seriamente, y creía que, si me esforzaba, podría conseguirlo algún día. Pero, al final, eso no me conducía a ninguna parte. Por más lejos que fuera, seguía siendo yo. Por más que me alejara, mis carencias seguían siendo las mismas. Por más que el decorado cambiase, por más que el eco de la voz de la gente fuese distinto, yo seguía siendo el mismo ser incompleto. Dentro de mí se hallaban las mismas carencias fatales, y esas carencias me producían un hambre y una sed violentas. Ese hambre y esa sed me han torturado siempre, tal vez sigan torturándome a partir de ahora. En cierto sentido, esas carencias, en sí mismas, son lo que yo soy.”