“Apenas había tenido tiempo de identificarlo como un delfín cuando me encontré en medio de una manada. Se elevaron a mi alrededor suspirando con fuerza, brillantes sus negros lomos al arquearse a la luz de la luna. Debían ser unos ocho, y uno salió tan cerca que con nadar tres brazadas podría haber tocado su cabeza de ébano. Jugando entre saltos y resoplidos cruzaron la bahía, y yo les seguí a nado, contemplando cómo subían a la superficie, respiraban hondo y volvían a zambullirse, dejando sólo un creciente anillo de espuma en el agua arrugada. Finalmente, y como obedeciendo a una señal, se volvieron y enfilaron hacia la boca de la bahía y la lejana costa de Albania; yo me erguí para verlos alejarse, nadando por el blanco surco de luz, con un centelleo en el lomo al elevarse y dejarse caer pesadamente en el agua templada. Tras ellos quedó una estela de grandes burbujas que temblaban y relucían un instante cual lunas en miniatura antes de desaparecer bajo las ondas.”

Gerald Durrell

Gerald Durrell - “Apenas había tenido tiempo de...” 1

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“Se detuvo a medio camino para mirar atrás. De pie y temblando en el agua y no de frío porque no hacía ninguno. No le hables. No la llames. Cuando se acercó, él le tendió la mano y ella la tomó. Era tan pálida en el lago que parecía estar ardiendo. Como una luz fosforescente en un bosque tenebroso. Que ardía sin llama. Como la luna que ardía sin llama. Sus cabellos negros flotaban en el agua alrededor, caían y flotaban en el agua. Ella le rodeó el cuello con su otro brazo y miró hacia la luna en el oeste no le hables no la llames y entonces volvió su rostro hacia él. Más dulce por el hurto de tiempo y carne, más dulce por la traición. Grullas que anidaban y se sostenían sobre una pata entre las cañas de la orilla sur habían sacado sus esbeltos picos de debajo de las alas para vigilar. ¿Me quieres?, preguntó ella. Sí, dijo él. Pronunció su nombre. Dios mío, sí, dijo.”

Cormac McCarthy
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“‎La verdad es un cuchillo afilado, la verdad es una llaga incurable, la verdad es un ácido corrosivo. Por esto durante los días de su juventud y de su fuerza, el hombre huye de la verdad hacia las casas de placer y se ciega con el trabajo y con una actividad febril, con viajes y diversiones, con el poder y las destrucciones. Pero viene un día en que la verdad lo atraviesa como un venablo y ya no siente más el júbilo de pensar o trabajar con sus manos, sino que se encuentra solo, en medio de sus semejantes, y los dioses no aportan ningún alivio a su soledad.”

Mika Waltari
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“La última vez que vi al Hombre de las Cetonias fue un atardecer, estando yo sentado en un altillo que dominaba el camino. Venía evidentemente de alguna fiesta y había tragado cantidad de vino, pues hacía eses de lado a lado del camino, tocando con la flauta una tonada melancólica. Grité un saludo, y sin volverse me hizo una seña estrafalaria. Al doblar el recodo se silueteó un instante sobre el pálido color lavanda de la tarde. Vi su sombrero andrajoso con las plumas al viento, los abultados bolsillos de su abrigo, las jaulas de mimbre llenas de soñolientas palomas a su espalda, y sobre la cabeza, dando vueltas y más vueltas a lo tonto, los puntitos minúsculos de las cetonias. Torció entonces la esquina y no quedó sino el cielo pálido con una luna nueva suspendida como una pluma de plata y el blando gorjeo de su flauta perdiéndose en el crepúsculo lejano.”

Gerald Durrell
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“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.”

Julio Cortazar
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“Mediante el proceso de trazar símbolos de tinta en una página, enviaba ideas y sentimientos desde su mente a la del lector. Era un proceso mágico, tan ordinario que nadie se detenía a pensarlo. Leer una frase y entenderla era lo mismo; como en el caso de doblar un dedo, nada mediaba entre las dos cosas. No había una pausa durante la cual los símbolos se desenredaban. Veías la palabra castillo y allí estaba, a lo lejos, con bosques que se extienden ante él en pleno verano, con el aire azulado y suave del humo que asciende de la forja de un herrero y un camino empedrado que serpentea hacia la verde sombra...”

Ian McEwan
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