“... Y el pequeño tocador donde ya no queda sino un solo frasco que no sostiene sino polvo endurecido sobre una sustancia seca y transparente como resina mineralizada en la que quedó encerrada y conservada una mariposa nocturna para materializar y preservar la imagen del revolotear sin causa.”
“Qué trágica tradición la de esa clase de familias que sólo aspiran a un presunto bienestar, que no estimulan otro deseo que el de la avaricia y que no infunden otro reconocimiento que el de la deuda; que no vacilan en coartar la libertad de los hijos, infundiéndoles desde niños el sentido de una responsabilidad estéril. Qué negros contrasentidos, qué falta de generosidad la de tantas gentes que pasan por este mundo no para gozar sus bienes sino para correr en pos de un engaño atroz y para llegar al término de su aliento sin haber conocido un momento de reposo y deleite..., vicisitudes de la miseria, ay, arcanos de la voluntad.¿Me decía usted algo?”
“Creo que la vida del hombre está marcada por tres edades: la primera es la edad del impulso, en la que todo lo que nos mueve y nos importa no necesita justificación, antes bien nos sentimos atraídos hacia todo aquello -una mujer, una profesión, un lugar donde vivir- gracias a una intuición impulsiva que nunca compara; todo es tan obvio que vale por sí mismo y lo único que cuenta es la capacidad para alcanzarlo. En la segunda edad aquello que elegimos en la primera, normalmente se ha gastado, ya no vale por sí mismo y necesita una justificación que el hombre razonable concede gustoso, con ayuda de su razón, claro está; es la madurez, es el momento en que, para salir airoso de las comparaciones y de las contradictorias posibilidades que le ofrece todo lo que contempla, el hombre lleva a cabo ese esfuerzo intelectual gracias al cual una trayectoria elegida por el instinto es justificada a posteriori por la reflexión. En la tercera edad no sólo se han gastado e invalidado los móviles que eligió en la primera sino también las razones con que se apuntaló su conducta en la segunda. Es la enajenación, el repudio de todo lo que ha sido su vida para la cual ya no encuentra motivación ni disculpa. Para poder vivir tranquilo hay que negarse a entrar en esa tercera etapa; por muy forzado que parezca, debe hacer un esfuerzo con su voluntad para permanecer en la segunda; porque otra cosa es la deriva.”
“Que quede bien claro: el alma, como le dicen, es, pareciera, no cristalina sino pantanosa. Los motivos que la inducen, en esta cuadra, a dejarse llevar, como los llaman, al juego y a la exaltación, en la siguiente, con la misma arbitrariedad, y en forma no menos imprevisible, la sumen, para usar una vez más la expresión, en una intensa melancolía. En todo caso pareciera, ¿no?”
“Continué viéndola y aún la recuerdo así: soberbia y mendicante, inclinada hacia el brazo que sostenía la valija, no paciente, sino desprovista de la comprensión de la paciencia, con los ojos bajos, generando con su sonrisa el apetito suficiente para seguir viviendo, para contar a cualquiera, con un parpadeo, con un movimiento de la cabeza, que esta desgracia no importaba, que las desgracias sólo servían para marcar fechas, para separar y hacer inteligibles los principios y los finales de las numerosas vidas que atravesamos y existimos”
“- Creo que hay que cambiar la mano de las recetas para el exito o el triunfo...Habria que escribir un libro util, al alcance de todos, de instrucciones para la derrota. Eso...porqueyo nole puedo enseniar a nadie a ganar al ajedrez ni a nada. Tendria que ser una especie de recetario del perdedor vocacional.Porque hoy,a quien le vas a enseniar a ganar?Y ya no hablaba de ajedrez, de truco,de gallo o de como pasarde cadete a jefe de seccion sin escalas. Hablaba de todo y algo mas:- Hay que enseniar a perder, viejo: con altura, con elegancia, con conviccion.Hay que escribir un Dale Carnegieal reves:"Como perder serguro" o "Derrotese usted mismo en los momentos libres", algo asi... Y seria un exito, porque le hablaria a la gente de lo que conoce. Eso necesitamos: un manual de perdedores.Y se tomo un mate frio, olvidado sobre la mesa, como si con eso subrayara algo de lo dicho,una verdad berreta, pero suya.”
“Pero ellos los ignoran, menos por insensatez que por la concentración excesiva que les exige la marcha; y sobre todo porque, lo piensen con palabras o no, la calle recta que van dejando atrás, está hecha de ellos mismos, de sus vidas, es inconcebible sin ellos, sin sus vidas, y a medida que ellos se desplazan va formándose con ese desplazamiento, es el borde empírico del acaecer, ubicuo y móvil, que llevan consigo a donde quiera que vayan, la forma que asume el mundo cuando accede a la finitud, calle, mañana, color, materia y movimiento –todo esto, entendámonos bien para que quede claro, más o menos, y si se quiere, mientras sigue siendo la Misma, ¿no?, y en el Mismo, siempre, como decía, pero después de todo, y por encima de todo, ¡qué más da!”