“Las vidas de nuestros hijos son como flechas en nuestras manos, aprendiz. Para que sean útiles hay que impulsarlas lo más lejos posible.”
“Ah, ah. No releas, Paul. Eres muy joven, y aquellos que releen tienden a llenarse de la sabiduría inadecuada antes de tiempo. Ahora tienes que leer, leer todo lo que puedas, lo más heterogéneo posible. Sólo cuando llegas a mis años sabes que aquello que relees no es una pérdida de tiempo.”
“Hay una diferencia entre participar e implicarse. En un plato de huevos fritos con chorizo, la gallina participa. El cerdo se implica.”
“La idea de la salvación en nuestra cultura (en nuestro mundo) está asociada a evitar el infierno más que a conquistar el cielo.”
“De entre todas las frutas amargas de la vida, la muerte no es, ni con mucho, la peor. Lo malo es vivir lejos de una misma, que es como vivo yo desde hace años, desde que me trasladé a esta ciudad que no existe y que, sin embargo, se llama Madrid. Madrid no existe, pues; es un sueño provocado por una enfermedad, por unas medicinas que tomamos para combatir alguna enfermedad. Todos los que estamos en Madrid no existimos.”
“- Creo que hay que cambiar la mano de las recetas para el exito o el triunfo...Habria que escribir un libro util, al alcance de todos, de instrucciones para la derrota. Eso...porqueyo nole puedo enseniar a nadie a ganar al ajedrez ni a nada. Tendria que ser una especie de recetario del perdedor vocacional.Porque hoy,a quien le vas a enseniar a ganar?Y ya no hablaba de ajedrez, de truco,de gallo o de como pasarde cadete a jefe de seccion sin escalas. Hablaba de todo y algo mas:- Hay que enseniar a perder, viejo: con altura, con elegancia, con conviccion.Hay que escribir un Dale Carnegieal reves:"Como perder serguro" o "Derrotese usted mismo en los momentos libres", algo asi... Y seria un exito, porque le hablaria a la gente de lo que conoce. Eso necesitamos: un manual de perdedores.Y se tomo un mate frio, olvidado sobre la mesa, como si con eso subrayara algo de lo dicho,una verdad berreta, pero suya.”
“Creo que la vida del hombre está marcada por tres edades: la primera es la edad del impulso, en la que todo lo que nos mueve y nos importa no necesita justificación, antes bien nos sentimos atraídos hacia todo aquello -una mujer, una profesión, un lugar donde vivir- gracias a una intuición impulsiva que nunca compara; todo es tan obvio que vale por sí mismo y lo único que cuenta es la capacidad para alcanzarlo. En la segunda edad aquello que elegimos en la primera, normalmente se ha gastado, ya no vale por sí mismo y necesita una justificación que el hombre razonable concede gustoso, con ayuda de su razón, claro está; es la madurez, es el momento en que, para salir airoso de las comparaciones y de las contradictorias posibilidades que le ofrece todo lo que contempla, el hombre lleva a cabo ese esfuerzo intelectual gracias al cual una trayectoria elegida por el instinto es justificada a posteriori por la reflexión. En la tercera edad no sólo se han gastado e invalidado los móviles que eligió en la primera sino también las razones con que se apuntaló su conducta en la segunda. Es la enajenación, el repudio de todo lo que ha sido su vida para la cual ya no encuentra motivación ni disculpa. Para poder vivir tranquilo hay que negarse a entrar en esa tercera etapa; por muy forzado que parezca, debe hacer un esfuerzo con su voluntad para permanecer en la segunda; porque otra cosa es la deriva.”