“— Ya no estas enfermo. Tú lo dijiste.Sin separar nuestros labios, tomó mis manos y las posicionó en su espalda, sujetando cariñosamente mis muñecas.—Claro que sí, estoy enfermo por ti. Siento que agonizo y la cura para mi mal son tus labios, ¿ves? —Inquirió mordiendo suavemente mi labio inferior, tirándolo con cuidado—, ya comienzo a sentirme mejor. Apuesto que mis mejillas están tan rosadas como las tuyas...”