“A finales de noviembre los días llegaron a tener cuarenta horas.”

Karen Thompson Walker

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“Los días naturales se habían alargado hasta las sesenta horas: casi dos días de oscuridad y luego dos días de luz.”


“Estábamos viviendo bajo una nueva gravedad, tan imperceptible que casi no nos dimos cuenta, aunque nuestro cuerpo estaba sujeto a su dominio. Las semanas siguientes, mientras los días continuaban alargándose, los jugadores de fútbol americano comprobaron que el balón no volaba tan lejos como antes; los bateadores de béisbol resbalaban con más facilidad. Cada vez me costaba más esfuerzo enviar la pelota al otro lado del campo de una patada. Los pilotos acabaron por dejar de volar. Todo caía al suelo más deprisa.”


“Más adelante, pensé en aquellos primeros días como el momento en que aprendimos como especie que nos habíamos preocupado por las cosas equivocadas: el agujero de la capa de ozono, la desaparición de los casquetes polares, la gripe porcina y del Nilo, las abejas asesinas. Aunque supongo que lo que nos preocupa nunca es lo que acaba ocurriendo al final. Las verdaderas catástrofes siempre son diferentes, inimaginables, imprevistas y desconocidas.”


“Hay quien dice que la ralentización nos afectó de mil maneras imperceptibles, desde la esperanza de vida de las bombillas hasta el tiempo que tardaba en fundirse el hielo y en hervir el agua o la tasa en que se multiplican y mueren las células humanas. Unos afirman que nuestro cuerpo envejecía más despacio en los días inmediatamente posteriores al inicio de la ralentización, que los muertos morían de muerte más lenta y que los bebés tardaban más en nacer. Hay algunas pruebas de que los ciclos menstruales se alargaron levemente en esas primeras dos semanas.”


“Aquella mañana el ruido de los grillos era ensordecedor, el chirrido de tantos animales nuevos en la oscuridad —se habían multiplicado desde que empezó la ralentización—. Igual que los demás insectos. Ahora que había tan pocos pájaros medraban los organismos más pequeños. Cada vez había más arañas en nuestros techos. En los desagües del baño asomaban escarabajos. Tuvimos que suspender uno de los entrenamientos de fútbol cuando millones de mariquitas se posaron a la vez sobre el campo. Incluso la belleza en abundancia puede ser horripilante.”


“Pero entre los artefactos que probablemente no descubran nunca —entre los objetos que probablemente se desintegren mucho antes de que llegue nadie de ninguna parte— hay cierto fragmento de acera en una calle de California, donde una vez, en una tarde oscura de verano, casi un año después de iniciarse la ralentización, dos niños se arrodillaron sobre el suelo frío. Metimos los dedos en el cemento húmedo y escribimos la más sincera y sencilla de las verdades que conocíamos: nuestros nombres, la fecha y estas palabras: «Estuvimos aquí».”