“Más adelante, pensé en aquellos primeros días como el momento en que aprendimos como especie que nos habíamos preocupado por las cosas equivocadas: el agujero de la capa de ozono, la desaparición de los casquetes polares, la gripe porcina y del Nilo, las abejas asesinas. Aunque supongo que lo que nos preocupa nunca es lo que acaba ocurriendo al final. Las verdaderas catástrofes siempre son diferentes, inimaginables, imprevistas y desconocidas.”
“Hay quien dice que la ralentización nos afectó de mil maneras imperceptibles, desde la esperanza de vida de las bombillas hasta el tiempo que tardaba en fundirse el hielo y en hervir el agua o la tasa en que se multiplican y mueren las células humanas. Unos afirman que nuestro cuerpo envejecía más despacio en los días inmediatamente posteriores al inicio de la ralentización, que los muertos morían de muerte más lenta y que los bebés tardaban más en nacer. Hay algunas pruebas de que los ciclos menstruales se alargaron levemente en esas primeras dos semanas.”
“El daño estaba hecho, y habíamos llegado a pensar que estábamos extinguiéndonos. Pero tal vez el disco les informe de que seguimos adelante. Resistimos, incluso a pesar de que la mayoría de los expertos pronosticaron que nos quedaban solo unos cuantos años de vida. Continuamos contando historias y enamorándonos. Peleándonos y perdonando. Siguieron naciendo bebés. Conservamos la esperanza de que el mundo pudiera recuperarse.”
“Todavía me sorprende lo poco que sabíamos en realidad. Teníamos cohetes, satélites y nanotecnología. Teníamos brazos y manos robotizadas, robots para recorrer la superficie de Marte. Nuestros aviones no tripulados, dirigidos por control remoto, podían oír voces a cinco kilómetros de distancia. Podíamos fabricar piel artificial, clonar ovejas. Podíamos hacer que el corazón de un muerto bombeara sangre en el cuerpo de un desconocido. Estábamos dando grandes pasos en el dominio del amor y la tristeza: teníamos medicinas para despertar el deseo y para acallar el dolor. Llevábamos a cabo toda suerte de milagros: podíamos hacer que los ciegos vieran y que los sordos oyesen, y los médicos lograban extraer a diario a bebés del útero de mujeres infértiles. En la época de la ralentización, los investigadores de células madre estaban a punto de curar la parálisis: sin duda los inválidos habrían vuelto a andar.Y sin embargo lo desconocido todavía sobrepasaba a lo conocido. Nunca llegamos a determinar las causas de la ralentización. El motivo de nuestro sufrimiento continuó siendo un misterio.”
“Pero entre los artefactos que probablemente no descubran nunca —entre los objetos que probablemente se desintegren mucho antes de que llegue nadie de ninguna parte— hay cierto fragmento de acera en una calle de California, donde una vez, en una tarde oscura de verano, casi un año después de iniciarse la ralentización, dos niños se arrodillaron sobre el suelo frío. Metimos los dedos en el cemento húmedo y escribimos la más sincera y sencilla de las verdades que conocíamos: nuestros nombres, la fecha y estas palabras: «Estuvimos aquí».”
“Estábamos viviendo bajo una nueva gravedad, tan imperceptible que casi no nos dimos cuenta, aunque nuestro cuerpo estaba sujeto a su dominio. Las semanas siguientes, mientras los días continuaban alargándose, los jugadores de fútbol americano comprobaron que el balón no volaba tan lejos como antes; los bateadores de béisbol resbalaban con más facilidad. Cada vez me costaba más esfuerzo enviar la pelota al otro lado del campo de una patada. Los pilotos acabaron por dejar de volar. Todo caía al suelo más deprisa.”
“Quería salvarme de la droga que contamina el cuerpo y las venas y no de la otra, la que entra por debajo y por los ojos, la que se enquista en el corazón y lo corroe, la maldita droga que los más ingenuos llaman amor, pero que es tan nociva y mortal como la que se consigue en las calles envuelta en paqueticos.”