“No sé cómo no enloquecí entonces, porque hubiera sido tanto mejor, enloquecer como un hombre. Salir a caminar y que nos encontraran una semana después, con cara de susto, espantados todavía, que con mucho trabajo nos dejáramos llevar a casa. Perder la cordura hubiera sido tanto más sano, no haber explotado entonces fue más cruel.¿A quién le debe uno la cordura? Si no se podía hacer que el tiempo diera un solo paso atrás, ¿por qué quedarse calladamente, sumisamente, obedientemente cuerdos? Debe ser que uno no enloquece cuando quiere, sino cuando puede”
“¿Por qué nos inquieta un hombre bañado en lágrimas? Una mujer que llora puede considerarse una parte excepcional pero conmovedora y digna de pena, de nuestra vida cotidiana, la acogemos con sinceridad y cariño. Pero ante un hombre que llora nos llena un sentimiento de desesperación. Es como si para él hubiera llegado el fin del mundo o como si él hubiera llegado al límite de lo que podía hacer.”
“Sostén.No quiero ser el fuerte, pero tampoco quiero ser el débil. ¿Por qué siempre da la impresión de que hay que ser uno u otro? Cuando nos abrazamos, siempre hay uno que aprieta con un poco más de fuerza.”
“...a veces nos preguntamos por qué la felicidad tarda tanto en llegar, por qué no vino antes, pero si nos aparece de repente, como en este caso, cuando ya no la esperábamos, entonces lo más probable es que no sepamos qué hacer con ella, y la cuestión no es tanto elegir entre reír o llorar, es la secreta angustia de pensar que tal vez no consigamos estar a su altura”
“Para ser el más peculiar, debes de ser invencible y uno se vuelve invencible cuando los enemigos no le pueden derrotar, y si no se le puede derrotar, es porque sabe cómo volver vulnerable incluso a alguien más peculiar que uno mismo.(Joker)”
“...cuando alguien muere, pensamos que ya se ha hecho tarde para cualquier cosa, para todo —más aún para esperarlo—, y nos limitamos a darlo de baja. También a nuestros allegados, aunque nos cueste mucho más y los lloremos, y su imagen nos acompañe en la mente cuando caminamos por las calles y en casa, y creamos durante mucho tiempo que no vamos a acostumbrarnos. Pero desde el principio sabemos —desde que se nos mueren— que ya no debemos contar con ellos, ni siquiera para lo más nimio, para una llamada trivial o una pregunta tonta ('¿Me he dejado ahí las llaves del coche?', ¿A qué hora salían hoy los niños?'), para nada. Nada es nada. En realidad es incomprensible, porque supone tener certidumbres y eso está reñido con nuestra naturaleza: la de que alguien no va a venir más, ni a decir más, ni a dar un paso ya nunca —para acercarse ni para apartarse—, ni a mirarnos, ni a desviar la vista. No sé cómo lo resistimos, ni cómo nos recuperamos. No sé cómo nos olvidamos a ratos, cuando el tiempo ya ha pasado y nos ha alejado de ellos, que se quedaron quietos.”