“Los cautivos teníamos una costumbre un tanto masoquista que consistía en conversar con todo lujo de detalles sobre nuestras comidas preferidas. A mí me gustaba hablar del ajiaco con pollo, que es una sopa típica de la sabana de Bogotá, y que en la selva sería casi imposible de preparar porque no se podrían conseguir los diversos tipos de papa que se cultivan en tierra fría. También recordábamos, y se nos hacía agua la boca, el sabor de las alcaparras, las mazorcas, el aguacate, la crema de leche, el pan, la crema de curuba… y tantos otros manjares que nunca probaríamos en la selva. Y por si fuera poco, también enumerábamos nuestros restaurantes favoritos y cuál era la especialidad de cada uno de ellos. A mí también me encantaba hablar de cómo se preparaban ciertos platos, trataba de recordarlo para tenerlo bi-en presente cuando recuperara mi libertad.”