“[...]Entonces alguien me puso una mano en el hombro. Di un salto levantándome dos palmos del suelo, y estuve a punto de caer sobre Simmon convertido en el torbellino de gritos, arañazos y mordiscos que en Tarbean había sido mi único método de defensa.Simmon dio un paso hacia atrás, asustado por la expresión de mi cara.Traté de controlar los latidos de mi corazón.- Lo siento, Simmon. Es que... Procura hacer un poco de ruido cuando te acerques a mí. Me asusto fácilmente.- Yo también -murmuró él, tembloroso, pasándose una mano por la frente-. Pero no te lo reprocho. A todos nos pasa cuando nos ponen ante las astas del toro. ¿Cómo te ha ido?- Me van a azotar y me han admitido en el Arcano.Sim me miró con curiosidad, tratando de discernir si estaba bromeando.- ¿Lo siento? ¿Felicidades? -Me miró con una tímida sonrisa en los labios-. ¿Te regalo unas vendas o te invito a una cerveza?Le devolví la sonrisa.- Las dos cosas.”
“Aprendí que Tarbean es enorme. Si no lo has visto con tus propios ojos, no puedes imaginarlo. Es como el océano. Por mucho que te hayan hablado del agua y de las olas, no te haces una idea de su tamaño hasta que te plantas en la orilla. No comprendes realmente el océano hasta que te hallas en medio de él, rodeado de agua por todos los lados extendiéndose hasta el infinito. Solo entonces comprendes lo pequeño e impotente que eres.”
“Me fijé en que Fela giraba la cabeza y miraba a Simmon como si le sorprendiera verlo allí sentado.O mejor dicho: fue como si hasta ese momento Simmon únicamente hubiera ocupado espacio alrededor de Fela, como un mueble. Pero esa vez, cuando ella lo miró, lo captó por entero. El cabello rubio rojizo, la línea de su mandíbula, la amplitud de los hombros bajo la camisa. Esa vez, cuándo lo miró, lo vio de verdad.Dejadme decir una cosa. Todas las horas que pasamos buscando en el Archivo, todo el fastidio y el cansancio valieron la pena solo para presenciar aquel momento. Valió la pena sangre y temer a la muerte por verla enamorarse de Sim. Solo un poco. Solo el primer hálito débil del amor, tan leve que seguramente ni siquiera ella lo percibió. No fue espectacular, como un rayo seguido del estruendo de un trueno. Fue más bien como cuando golpeas pedernal contra acero y salta una chispa que se desvanece tan deprisa que casi no la ves. Pero sabes que está allí, donde no puedes verla, prendiendo.”
“Pero el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado...”
“—¿Qué ocurre? ¿Es que te da miedo que pierda el control? Deja que te hable del control, esposa mía. He pensado mucho en él durante estos últimos meses, ¿y sabes a qué conclusión he llegado? A que es una ilusión. Durante toda mi vida me he enorgullecido de tener el control. Ha sido lo único constante durante mi precaria existencia. Me ocurriera lo que me ocurriera, yo tenía la capacidad de ejercer el dominio sobre mí mismo. Reprimía las visiones porque podía hacerlo. Era lo único que tenía. Yo abrí la boca, pero él no me permitió decir nada y continuó hablando con la voz tensa de emoción. —Lo único que tenía era el control, y ahora lo estoy perdiendo, ¿lo entiendes? El día de nuestra boda prometí que te protegería, y después te prometí, como un idiota, que te dejaría participar en mi trabajo. Pensaba que podría hacerlo, que podría controlar el miedo que siento por ti, el terror que siento por si te ocurre algo, pero no puedo. No puedo dominarlo del mismo modo que no puedo dominar lo que me ocurre cuando llegan las visiones. Me he pasado toda la vida manteniendo a raya estas emociones, y ahora resulta que la lógica y el control, mis únicos amigos en este mundo, me han abandonado. Construí mi vida y mi carrera profesional basándome en ellos, y me han dejado cuando más los necesitaba.”
“Luego toqué la canción que se esconde en el centro de mí. Esa música sin letra que recorre los rincones secretos de mi corazón. La toqué con cuidado, desgranando las notas lenta y suvamente en el oscuro silencio nocturno. Me gustaría poder decir que es una canción alegre, que es dulce y animada, pero no lo es.”
“En el último mes había librado a una mujer de un feroz incendio. Había invocado al fuego y al rayo para librarme de unos asesinos. Había matado a una bestia que podía ser un dragón o un demonio, dependiendo de tu punto de vista. Pero allí, en esa habitación, fue la primera vez que me sentí de verdad como una especie de héroe. Si buscáis una razón que explique por qué me convertí en lo que me convertí, si buscáis un principio, ahí es donde debéis mirar.”