“-¿Te das cuenta? Es cierto lo que dice. Si sólo hubiese ordeñado cabras, quizá habría muerto de viejo, como tu abuelo, y no de cárcel y abandono. Habría disfrutado de su hijo y de su mujer, habría visto crecer a sus nietos. No le perdonaron los sueños.-Habría ido a la cárcel de igual manera. Tuvo la desgracia de elegir el bando de los perdedores.-Pero él no era peligroso, Víctor. A Miguel Hernández hombre no lo temían, condenaron al escritor. Eran sus versos los peligrosos, su sueño de ser poeta lo que le hizo odioso a los ojos de los que no pensaban como él.-Si no hubiese ordenado su sueño no estaríamos aquí, no habríamos disfrutado sus versos, no leeríamos un poema dedicado a él [...]. Nosotros somos los herederos de su sueño, los que mantenemos vivo su recuerdo.-Sí, eligió ordeñar un sueño, con todas sus consecuencias.-Y nunca se sabe adónde nos lleva el camino que elegimos.”

Rosa Huertas

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“Como si el mundo se encogiera en torno a un núcleo de entidades desglosables. Las cosas cayendo en el olvido y con ellas sus nombres. Los colores. Los nombres de los pájaros. Alimentos. Por último los nombres de las cosas que uno creía verdaderas. Más frágiles de lo que él habría pensado. Cuánto de ese mundo había desaparecido ya? El sagrado idioma desprovisto de sus refrentes y por tanto de su realidad. Rebajado como algo que intenta preservar su calor. A tiempo para desaparecer para siempre en un abrir y cerrar de ojos.”


“Me regaló un ordenador portátil, el libro de Edgar Allan Poe y su última sonrisa con un consejo: "Nunca cambies esto por los libros. Los jóvenes creéis que todo está en Internet, que los libros son una especie en extinción. Un libro no se bloquea, ni se borra de repente, ni necesita pilas ni electricidad. Lo puedes leer en el parque, en la cama antes de dormir y hasta en el cuarto de baño. No hay goce como el de pasar las páginas, sentir su tacto y oler la fragancia de unas hojas recién impresas". No he olvidado sus palabras, fue lo más valioso que me dejó mi abuelo.”


“—Eso es todo. Ese día mi abuelo me explicó que nosotros somos distintos de los animales, que solo hacen lo que su naturaleza les dicta. En cambio, nosotros somos libres. Es el mayor don que hemos recibido. Gracias a la libertad podemos convertirnos en algo distinto de lo que somos. La libertad nos permite soñar y los sueños son la sangre de nuestra vida, aunque a veces cuestan algún azote y un largo viaje. «Jamás renuncies a tus sueños. Nunca tengas miedo de soñar, por mucho que los demás se rían de ti», eso me dijo mi abuelo, «pues si lo haces renunciarías a ser tú mismo». Aún recuerdo los ojos brillantes con que subrayó sus palabras.”


“los sueños correctos para un hombre en peligro eran sueños de peligro y que lo demás era sólo la llamada de la languidez y de la muerte.”


“En algún momento, los sonidos se volvieron más audibles y los colores de los vestidos atrajeron su atención. Poco a poco comenzó a tomar conciencia de las personas que la circundaban y de los diálogos que se entablaban. Las imágenes, sin embargo, se sucedían lentamente, como si ocurrieran bajo el agua, más parecidas a las escenas confusas de un sueño que a la realidad. Nada la habría preparado para aquel instante, ni siquiera saber que se toparía con él después de más de seis años.”


“Fue terrible ver cómo iba muriendo día a día sin que, los que podían, hiciesen algo por evitarlo. La impotencia me sublevaba. Cuando todavía estaba bien, o al menos no tan mal como las últimas semanas, antes de que lo trasladasen a la enfermería, hablamos mucho. Conversábamos sobre nuestra tierra, desempolvábamos recuerdos, contábamos anécdotas del frente nos lamentábamos del desenlace de la contienda. No sólo habíamos perdido la guerra, también habíamos perdido la libertad, las ilusiones, los sueños, la posibilidad de ser felices. Cuando el abatimiento nos vencía jugábamos a recordar momentos agradables, con todo lujo de detalles y con los ojos cerrados, para vivir la ilusión de que estábamos en ese otro lugar y no entre las paredes de una cárcel.”