“—Odio a esa clase de mujeres. Están tan desesperadas por llamarla atención de los hombres que con gusto traicionarían y perjudicaríana sus compañeras de sexo. ¡Y luego decimos que los hombres sonincapaces de pensar con el cerebro! Por lo menos, los hombres hablan claramente.”
“Alina era tan poco aficionada a todas esas fruslerías sobrenaturales como yo. A ambas nos encantaba leer y ver una película de vez en cuando, pero siempre nos decantábamos por los misterios corrientes, las historias de suspense o las comedias románticas, nunca por las extravagancias de lo paranormal.¿Vampiros? ¡Puaj! Muertos, y con eso ya está dicho todo. ¿Viajar en el tiempo? Ja, yo prefiero las comodidades domésticas a tener que andar por ahí con un highlander que parece un armario ropero y tiene los modales de un cavernícola. ¿Hombres lobo? Oh, por favor, ¡que memez! ¿Qué mujer va a querer enrollarse con un hombre que está regido por su perro interior? Como si todos los hombres no lo estuvieran de todas formas, incluso sin el gen licantrópico.”
“Lo único que odio más que a un hombre con dinero, es un hombre que piensa que lo único que quiere una mujer es un hombre con dinero. Siempre he pensado que los dos van de la mano...”
“―El mundo siempre es nuevo ―dijo Coro Mena― por muy viejas que sean sus raíces. Selver, ¿qué pasa entonces con esas criaturas? Parecen hombres y hablan como hombres. ¿No son hombres?―No lo sé. ¿Acaso el hombre mata al hombre, excepto en un ataque de locura? ¿Acaso mata la bestia a los de su especie? Sólo los insectos. Estos yumenos nos matan con la misma indiferencia con que nosotros matamos víboras. El que me enseñó a mí decía que se matan unos a otros, en disputas individuales, y también en grupos, como las hormigas cuando pelean. Eso yo no lo he visto. Pero sé que no escuchan a quienes piden clemencia. Asestan golpes de gracia sobre la cabeza gacha, ¡yo lo he visto! Hay en ellos necesidad de matar, y por eso me pareció natural condenarlos a muerte.”
“Resulta curioso y ridículo lo mucho que a veces puede expresar la mirada de un hombre vergonzoso, morbosamente púdico, tocado por el amor, precisamente cuando este hombre preferiría que la tierra se abriera bajo sus pies antes de decir nada o de darlo a entender con la palabra o con los ojos.”
“Más que de la mujer, el hombre tiende a enamorarse de los fragmentos y detalles de las cosas.”