“-Lo intentaré.-Lo intentarás.-La voz de Dean sonó cortante.-¿Qué quieres de mí?-gimió ella.El hombre de acero echó hacia delante la mandíbula.-Quiero que seas tan fuerte como das a entender que eres.”
“Y recuerda que has de tratarles como a hombres, porque son tan humanos como tú y por tanto te resultan tan imprescindibles como la mandíbula inferior lo es para la superior.”
“No haré nada hasta que me lo pida —confesé—. No quiero cagarla de nuevo.—¡Oh, joder! ¡Estás enamorado, tío! ¡Qué fuerte, macho! —exclamó Mauro tan alucinado como yo de que aquellas palabras estuvieran ligadas a mí.«Maldición, lo sabía. Sabía que esa niña terminaría volviéndome loco.»”
“--¿Qué es ser hombre, para vos?--Es muchas cosas, pero para mí... bueno, lo más lindo del hombre es eso, ser lindo, fuerte, pero sin hacer alharaca de fuerza, y que va avanzando seguro. Que camine seguro, como mi mozo, que hable sin miedo, que sepa lo que quiere, adonde va, sin miedo de nada.”
“-Me has dicho que no dura, que desear ser feliz nunca dura. Así que lo que me haría sentir completa es formar parte de algo en vez de ser invisible, pero no quiero desear eso. No puede que sea tan patética para desear algo así –su voz se apaga. –No sé qué hacer.Me río. No quiero, pero no puedo evitarlo. No me extraña que no pueda saber lo que quiere, puesto que no es un auténtico deseo. Los ojos de Viola brillan de ira.-Me alegro de que te haga gracia.Suelto otra carcajada.-Bueno, es que es imposible ser una persona rota por completo. No eres más que una persona. Solo puedes existir. Solo formas parte de ti misma, tú eres la única responsable de tu felicidad o de lo que sea. Ese sentimiento de estar rota o completa no es más que un truco de la mente mortal. Los tres deseos no te harán sentir más completa de lo que eres ahora. Al menos no por mucho tiempo.”
“La atraía su cara, no por lo hermosa ni lo perfecta sino por lo viril, por lo indiscutiblemente masculina, la frente amplia y despejada las mandíbulas anchas, de huesos marcados, y la barbilla de fuerte presencia. Era imberbe, se veía en la tersura de su piel cobriza, que parecía la de un zagal, aunque a leguas se notaba que había pasado los treinta. ‘¡Qué hermosos ojos!’, pensó, y reconoció que, más allá del increíble gris perla del iris, eran las pestañas, tan pobladas, tan arqueadas, las que hacían de su mirada de las más bonitas que había visto.”