“—Si yo bajara en busca de tu alma, ni todos los querubines negros juntos podrían apartarme de ti.Un escalofrío recorrió la espalda de Julia.—Haría lo que fuera necesario por salvarte —añadió él y, en ese momento, su expresión y el tono de su voz no admitían discusión—. Incluso aunque tuviera que pasar la eternidad en el infierno con tal de lograrlo.”

Sylvain Reynard

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“—Ahora lo entiendo —dije, con la voz amortiguada contra su hombro—. Lo entiendo de verdad. —¿Entender qué? —Lo que se siente al ver que la persona que más quieres en el mundo está en peligro. Antes no lo sabía de verdad. Y al ver a Felicity apuntándote al corazón con la pistola, de repente me sentí una estúpida por no haberlo sabido. —¿Saber qué? —Lo salvaje que es. No tiene nada de razonable ni de lógico. Tenías razón al decir que pierdes el control en lo que se refiere a mí. Yo no podía controlar lo que iba a hacer. Provoqué la explosión porque no podía pensar en otra cosa que en salvarte. No pensé en lo peligroso que era para mí y para los demás. En ese momento solo me importabas tú. Solo tú. Y habría hecho cualquier cosa por salvarte. Habría pagado cualquier precio, habría cometido cualquier pecado, habría vendido mi alma con tal de salvarte.”

Deanna Raybourn
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“Apenas pude mantener mis manos lejos de ti la otra noche, incluso luego de ver por lo que has pasado esta semana. Incluso después de saber qué tan destrozada estabas cuando me lo dijiste. Y voy a pasar una eternidad en el infierno por ese sueño que tuve sobre ti en tu cumpleaños. Pero si pudiera volver a soñarlo, pasaría la eternidad ahí dos veces.”

Michelle Hodkin
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“Sigo teniendo ante mis ojos a Teresa, sentada en un tocón, acariciando la cabeza de Karenin y pensando en la debacle de la humanidad. En ese momento recuerdo otra imagen: Nietzsche sale de su hotel en Turín. Ve frente a él un caballo y al cochero que lo castiga con el látigo. Nietzsche va hacia el caballo y, ante los ojos del cochero, se abraza a su cuello y llora.Esto sucedió en 1889, cuando Nietzsche se había alejado ya de la gente. Dicho de otro modo: fue precisamente entonces cuando apareció su enfermedad mental. Pero precisamente por eso me parece que su gesto tiene un sentido más amplio. Nietzsche fue a pedirle disculpas al caballo por Descartes. Su locura (es decir, su ruptura con la humanidad) empieza en el momento en que llora por el caballo.Y ése es el Nietzsche que yo quiero, igual que quiero a Teresa, sobre cuyas rodillas descansa la cabeza de un perro mortalmente enfermo. Los veo a los dos juntos: ambos se apartan de la carretera por la que la humanidad, «ama y propietaria de la naturaleza», marcha hacia adelante.”

Milan Kundera
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“-Pero Mu'shad Waseed,aunque es muy buen mago, no tiene en todo el cuerpo ni una centésima parte del poder que yo tengo en el dedo meñique del pie.-¡Os he oído! -le dijo Mu'shad Waseed (...)-. ¡Enseñadme ese meñique vuestro tan poderoso!Pero en lugar de mostrarle a Mu'shad Waseed el dedo del pie, lo que hizo el Poderoso Shandar fue inclinarse ante él, tanto que incluso rozó el suelo con la frente, y decirle, con voz cargada de respeto y veneración:-Bienvenido a mi humilde palacio, muy honorable Mago del Imperio Persa, señor de los vientos y de las mareas, conocido en sus dominios como El que es capaz de aplacar a Tamsin.-¿No querrá usted decir jamsin? ¿Ese viento seco y cálido que sopla habitualmente en la Península Arábiga?-Si hubiera querido decir jamsin, hubiera dicho jamsin. Tamsin era la segunda esposa de Mu'shad Waseed. Una mujer espantosa, espantosa de verdad. Su amor por las cosas brillantes y la ropa cara, y su costumbre de bañarse en leche de coneja, hicieron retroceder e feminismo por lo menos cuatro siglos.”

Jasper Fforde
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“Konrad si que palidecia cada vez que escuchaba musica. Cualquier tipo de musica, incluso la mas popuar, lo tocaba tan de cerca como si le estuvieran tocando el cuerpo de verdad. Palidecia, sus labios temblaban. La musica le decia algo mas que los demas no podian comprender. Probablemente las melodias no le hablasen al intelecto. La disciplina en la que vivia, en la que habia crecido, la disciplina que le habia ayudado a obtener su lugar y su rango en el mundo, la disciplina que el mismo habia elegido de manera voluntaria - como el creyente que escoge por si solo la culpa y el castigo - esa disciplina desaparecia en tales momentos, y su cuerpo tenso y crispado se relajaba. (...) Escuchaba la musica con todo su cuerpo, con una atencion parecida a la que presta un condenado en su celda al ruido de pasos que quizas lleven la noticia de su salvacion. En esos momentos no oia a quienes se dirigian a el. La musica rompia en pedazos el mundo a su alrededor, cambiaba las leyes establecidas de manera artificial durante unos instantes...”

Sándor Márai
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