“El cuento del lunático¿Quién soy yo para exigir la perfección? Yo, el cúmulo de los defectos.”
“Yo soy de la generación para la que los policías siempre fueron los malos”
“Solo que no fue el cuento de hadas que yo había esperado. Porque los chicos cambian.Mienten. Te pisotean el corazón. A fuerza de desengaños, descubrí que ni los cuentos de hadas ni el amor verdadero existen.Que el chico perfecto no existe.”
“No me importaba lo que creyera el resto de la gente. Yo sabía la verdad, y no soy de los que se rinden fácilmente.”
“Así como el practicante de meditación se asombra de advertir cuán poco alerta está en su vida cuotidiana, lo primero que descubre cuando comienza a cuestionar el yo no es la carencia de ego sino su total egocentrismo. Constantemente pensamos, sentimos y actuamos como si tuviéramos un yo que proteger y preservar. La menor intrusión en el territorio del yo (la astilla en el dedo, el vecino bullicioso) despierta temor y furia. La menor esperanza de exaltación del yo (ganancia, elogio, fama, placer) despierta codicia y afán. Todo indicio de que una situción es irrelevante para el yo (aguardar un autobús, meditar) provoca aburrimiento. Tales impulsos son instintivos, automáticos, ubicuos y poderosos. En la vida cotidiana los damos por sentados. Los impulsos por cierto están allí y acontecen constantemente, ¿pero qué sentido tienen a los ojos del practicante inquisitivo? ¿Qué clase de yo respalda tales actitudes?”
“El soberbio hace su gran concesión y dice “Yo soy yo y mis circunstancias”, pero Edmundo vigilaba sus circunstancias, yo soy mi padre, mi rencor, mi universidad, mi máster imaginario, mis mentiras; soy mi madre, la venganza, la frente pronunciada, el mentón abrupto: soy Raimundo, Julio, Gregorio, mi contrato, mi jefe de personal; soy bailar y no creer y Cristina y soy criado por otros, siempre criado por otros. En cuanto a ser yo, qué predicado aceptaría puede el preso decir: yo soy quien se levanta a las siete y media de la mañana o ése es el reglamento de la prisión; en cuanto a ser, el yo exigía libertad, mas no la inútil libertad de escoger entre un jersey azul y un jersey amarillo sino la libertad de que sus circunstancias no le impusieran el participio de criado, el predicado de señor.”