“-¿No tienes carnet de biblioteca?-No. Pensé que sería demasiado peligroso alejarme tanto de casa.De pronto, como si fuera un mago, el señor Dewey se sacó de entre los dedos un carnet de biblioteca.-Pues ya lo tienes. Firma ahí. El apellido primero. Richard Tyler. Señor Tyler, considere esto su pasaporte al maravilloso e impredecible mundo de los libros.”
“Como si el mundo se encogiera en torno a un núcleo de entidades desglosables. Las cosas cayendo en el olvido y con ellas sus nombres. Los colores. Los nombres de los pájaros. Alimentos. Por último los nombres de las cosas que uno creía verdaderas. Más frágiles de lo que él habría pensado. Cuánto de ese mundo había desaparecido ya? El sagrado idioma desprovisto de sus refrentes y por tanto de su realidad. Rebajado como algo que intenta preservar su calor. A tiempo para desaparecer para siempre en un abrir y cerrar de ojos.”
“Recordar lo que para mí han sido los primero libros me exige olvidar desde el principio todo lo que sé de libros. Ciertamente toda mi actual sabiduría se basa en la disposición con la que ya entonces me enfrentaba al libro. Pero así como en el día de hoy tema y contenido, objeto y materia, se enfrentan al libro como algo exterior, entonces se encontraba todo fundido en él, no era algo independiente de él. El mundo abierto en el libro y el libro mismo no podían separarse bajo ningún concepto: formaban un todo perfecto. De esta forma, junto al libro, también podían cogerse con la mano su contenido, su mundo, como si tuvieran asas. Y este mundo, el contenido, glorificaban a su vez al libro en todas sus partes: palpitando en él, iluminado desde él. Y no sólo anidaban en la portada o en los grabados. Su casa estaba también en los títulos de los capítulos, en las letras especiales con que empezaban, en los puntos y aparte, en las columnas, etc. Los libros no se leían sin más, no; se vivían, se moraba entre sus líneas...”
“Es una especie de misterio, pero hay que intentear entenderlo, sirviéndose de la fantasía, y olvidar lo que se sabe de modo que la imaginación pueda vagabundear en libertad, corriendo lejos por el interios de las cosas hasta ver que el alma no es siempre diamante sino a veces velo de seda-esto puedo entenderlo-imagínate un velo de seda trasparente, cualquier cosa podría rasgarlo, incluso una mirada, y piensa en la mano que lo coge- una mano de mujer- sí- se mueve lentamente y lo aprieta entre los dedos, pero apretarlo es ya demasiado, lo levanta como si no fuera una mano, sino un golpe de viento, y lo encierra entre los dedos como si no fueran dedos sino...- como si no fueran dedos sino pensamientos. Así es. Esta habitación es esa mano, y mi hija es un velo de seda [...]- Edel, ¿hay algún modo de conseguir hombres que no hagan daño?Eso debe habérselo preguntado Dios también, en su momento.- No lo sé, pero lo intentaré”
“Uno se hace hombre, se hace más humano, cuando tiene su propia biblioteca, aunque sea de un solo libro.”
“Ya sabes cómo suceden las cosas -prosiguió-. Va una por la vida de una manera insípida, aburrida, y entonces, de pronto, un rostro se destaca de la muchedumbre de conocidos, un rostro al que estás segura de reconocer, como si fuera el rostro de un amigo aunque nunca lo hayas visto. Casi parece como si te encontraras de pronto con alguien a quien anduviste buscando mucho tiempo, y a quien recuperas con gran alegría. Bueno, pues los amigos son así... Son muy pocos, sin duda, aunque después de todo son esos pocos los que de verdad importan. A los amigos así no los pierdes, por mucho que estén ausentes, o incluso... muertos.”